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SIMÓN BOLÍVAR. Su muerte; Los Médicos


Por: Dr. Alfonso Michel Torres



Año 1783. Ciudad: Santiago de León de Caracas, capital de la Provincia de Venezuela. La tarde del 24 de Julio la casa de los señores, Coronel Juan Vicente de Bolívar y Ponte y su esposa Doña Maria de la Concepción Palacios y Blanco, congrega a un numeroso y selecto grupo de visitantes para celebrar el nacimiento del cuarto hijo de la pareja.
En la cuna, entre espumas de encajes, duerme el infante. Se acerca el sacerdote Don José Félix de Xérez y Aristeguieta y pregunta al progenitor: ¿Qué nombre le ponemos, Juan Vicente? Simón, responde el padre de la criatura. Como usted sabe, Señor Presbítero, es nombre tradicional en nuestra familia.

El niño Simón tiene dos madres en aquél momento: su madre por naturaleza y una bella y joven dama española, muy amiga de Doña Concepción. Esa bella dama española lo está criando a sus pechos. Ella, se llama Doña Luisa Mancebo de Miyares.

Esta nodriza ocasional del niño, espera que Hipólita, una esclava negra de la familia, dé pronto a luz y será ella quién amamante definitivamente al infante Simón.

¿Qué causa impide a su verdadera madre criarlo a sus pechos? Madre ya de tres hijos antes de Simón, ¿temerá perder la joven señora, amamantando al último, las gracias y prestancias que tienen rendido al enamorado esposo? Parece absurdo.

¿Sería que comenzaba a sentirse débil y enferma por una afección que no perdona? (1)

En efecto, años más tarde, a la edad de 34 años iba a morir de tuberculosis pulmonar “arrojando mucha sangre por la boca” a decir de su padre, Don Feliciano Palacios, en misiva enviada a Madrid a uno de sus hijos para comunicarle la infausta nueva, fechada en julio de l792.

Don Juan Vicente de Bolívar murió antes que su esposa, en 1786 a la edad de 60 años, y según sus biógrafos tenía el aspecto de “un viejo enjuto, de facciones angulosas y tórax angosto, con expresión de caquexia de tuberculoso crónico”. (2)

Simón Bolívar, queda huérfano de padre y madre a los 9 años, quedando bajo la tutela de su abuelo materno, quién fallece al poco tiempo. El Licenciado Don Miguel José Sanz nombrado por la Audiencia de Santo Domingo administrador “ad litem” de los bienes del niño es su nuevo tutor y se refiere a Bolívar en estos términos:“es un chicuelo delgaducho, nervioso, pecoso, pelo castaño, oscuros ojos vivos, narizón, demasiado travieso, respondón y no aprende nada”
El capuchino Andujar, su profesor de Religión, Moral e Historia Sagrada, decía de él: “No, no aprende nada, posiblemente es un niño nulo”

Su madre, resignándose a que aquel niño sea la vergüenza de la casa, suspiraba y decía:
Quizás cambie!! Quizás sirva para algo!!!

A los 11 años, sintiéndose falto de afecto y cariño de hogar, solicita y porfía para que lo envíen a España a la casa de su tío y padrino de confirmación, Don Esteban.

A los l6 años sale en el navío San Ildefonso de la Guayra, hasta Veracruz, pasa por La Habana y arriba a España al puerto de la Coruña. (1)

Ya en España y gracias a los vínculos sociales de su tío Esteban Palacios, fue muy apreciado en la casa de la Reina Maria Luisa, con cuyos hijos, los infantes, hizo estrecha amistad.

Cierto día el Príncipe de Asturias, que después fue el Rey Fernando VII, lo invitó a jugar en el Palacio real, Bolívar casualmente, golpeó en la cabeza al Príncipe y éste se enojó demasiado.

Años más tarde, refiriéndose a este incidente, Bolívar solía comentar: ¡Quién iba a pensar que aquel incidente era un presagio de que yo sería el encargado de arrancarle la más preciada joya de su corona”. Se refería a Nueva Granada, colonia española que él libertó. (3)

No es extraño que Simón Bolívar, sintiendo la soledad moral y afectiva de su entorno, quisiera constituir un hogar desde muy joven y se casara a los 18 años con Doña María Teresa del Toro, con quién a los 23 años regresó a América; empero, luego de un año de casamiento, ella murió victima de fiebres malignas.(4)

Nunca más volvió a casarse y se forma el Bolívar en la Historia bajo las ideas de su maestro Don Simón Rodríguez, admirador de Locke y Condillac que habían renovado la Filosofía; Voltaire y Diderot la Crítica; Montesquieu y Rousseau el Derecho político. Para Simón Rodríguez, Bolívar, fue el Emilio de Rousseau. Es el hombre que se educa para ser libre. (1)

Y haciendo un salto en la Historia, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, el hombre y Libertador quién planeó, peleó, dirigió y organizó un total de 472 batallas, entre noviembre 26 de 1810 (Batalla del Coro) y enero 22 de 1826 (Batalla del Callao) muere a los 47 años, un 17 de diciembre de 1830 en la quinta de San Pedro Alejandrino, cerca de la ciudad de Santa Marta (5)

¿Cuál fue la causa de su muerte?

Cuarenta y siete años tenía y llevaba consigo la gloria de haber dado libertad a 6 naciones: Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela.

A otros corresponde la tarea de inmortalizar su epopeya libertadora. A los médicos, el piadoso deber de buscar en su carnadura humana, en las huellas del sufrimiento y en los dolores que sobrellevó, el por qué de su muerte.
Es difícil la tarea. Porque, a pesar de lo relativamente cercana que está su presencia entre nosotros, los cambios que desde entonces acá ha tenido la Medicina en cuanto a clasificación nosológica de las enfermedades, métodos de diagnóstico y medidas terapéuticas, hacen que una aproximación exacta a la definición del cuadro patológico final que desembocó en la muerte, sea un grave compromiso.

Sin embargo, contamos con indicios que, unidos a datos de la tradición, a informaciones de sus contemporáneos, a eventuales y esporádicas citas de la correspondencia bolivariana, permiten realizar el diagnóstico diferencial que conduzca, a una síntesis final. Y contamos con la iconografía, que ayuda al observador a intuir – con auxilio de la imaginación- la enfermedad mortal del genio de América.

Pero, sobre todo, se tiene el Protocolo de la Autopsia, realizada con admirable comprensión de la importancia que para la Historia habría de poseer, por su médico de los últimos días, Alejandro Próspero Reverend, y el cuidadoso diario que llevó este ilustre francés.

Estas observaciones que respaldan la tradición generalmente aceptada indican que la última enfermedad del Libertador, la que lo llevó al sepulcro, fue una tuberculosis pulmonar que evolucionó en terreno predispuesto a adquirirla por herencia de sus padres, agravada por una vida llena de privacidades entregada en holocausto con febril actividad a la independencia de América.

Así lo diagnosticó Réverend con certero ojo clínico desde que lo vio casi ya agonizante y lo dejó consignado en el primero de los 33 boletines o informes médicos que escribió para dar cuenta diaria de la enfermedad que aquejaba al Padre de la Patria.

“Su excelencia llegó a esta ciudad de Santa Marta a las siete y media de la noche, procedente de Sabanilla, en el bergantín nacional Manuel, y habiendo venido a tierra en una silla por no poder caminar, le encontré en el estado siguiente:

Cuerpo muy flaco y extenuado, el semblante adolorido y una inquietud de ánimo constante. La voz ronca, una tos profunda con esputos viscosos y de color verdoso. El pulso comprimido. La digestión laboriosa. Las frecuentes impresiones del paciente indicaban padecimientos morales. Finalmente, la enfermedad de su Excelencia me pareció ser de las más graves, y mi primera impresión fue que tenía los pulmones dañados”. Santa Marta, Diciembre 1 de 1830 a horas 8 de la noche. Réverend.

Reafirmó su parecer al responder al General Mariano Montilla, primera autoridad de la provincia de Santa Marta, cuando éste le pidió opinión sobre la salud de tan distinguido paciente: Con el más profundo sentimiento le digo, que la enfermedad del Libertador no tiene remedio, pues en mi concepto facultativo, la considero como tisis pulmonar llegada al último grado y ésta no perdona.

Diagnóstico confirmado por la Autopsia que él llevó a cabo. Del protocolo escrito por él citemos la parte correspondiente al estudio del TORAX, que Reverend lo denominaba “el pecho” y que afianzará su diagnóstico:

“De los lados posterior y superior estaban adheridas las pleuras costales por producciones semimembranosas; endurecimientos en los dos tercios superiores de cada pulmón; el derecho casi desorganizado presentó un manantial abierto color de las heces del vino, jaspeado de algunos tubérculos de diferente tamaño y no muy blandos. El pulmón izquierdo, aunque menos desorganizado, ofreció la misma deformación tuberculosa y dividiéndola con el escalpelo se descubrió una concreción calcárea regularmente angulosa, del tamaño de una pequeña avellana. Abierto el resto de los pulmones con el mismo instrumento, derramó moco parduzco, que por la presión se hizo espumoso. El corazón no ofreció nada particular, aunque estaba bañado en un líquido ligeramente verdoso contenido en el pericardio”.

El propio Réverend reafirmó la conclusión que obtuvo de la necropsia con las siguientes palabras: “Según este examen es fácil reconocer que la enfermedad de que ha muerto el Libertador era en un principio un catarro pulmonar, que habiendo sido descuidado pasó al estado crónico y consecutivamente degeneró en tisis tuberculosa”.

Que traducido a nuestra clasificación contemporánea, sería: tuberculosis pulmonar avanzada.

Con este dato esencial dado por su médico de cabecera y abundando en otras informaciones se puede poner en mayor relieve lo que vio, palpó y reconoció para dictar su juicio médico, siendo posible también establecer un diagnóstico diferencial.

Comencemos por los antecedentes familiares y hereditarios, recordando lo citado líneas arriba, que su madre a los 34 años moría al término de su enfermedad, arrojando sangre por la boca y que su padre era descrito como un viejo enjuto de facciones angulosas y tórax angosto con expresión de tuberculoso crónico.

Desde luego, la posible infección tuberculosa de sus progenitores, no condiciona necesariamente la enfermedad. De haber sido así, los otros hermanos de Bolívar también habrían sido tuberculosos. Sin embargo, al parecer Simón Bolívar adquirió una primo infección tuberculosa cuando era niño, infección superada, por fortuna, y de la que como reliquia hubo de quedar la calcificación pulmonar encontrada en la autopsia.

Las condiciones deficientes de la agitada vida del Libertador habrían de imponer un sobrehumano esfuerzo a su organismo, cuya complexión no era vigorosa ni atlética, como se deduce de las descripciones a realizarse más adelante y hechas por quienes lo conocieron. Esfuerzo que al final habría de pagar con su salud y su vida.

Así, Daniel Florencio O Leary, oficial de la Legión Británica, lo describe como sujeto de pecho angosto, el cuerpo delgado, las piernas sobre todo. Los pómulos salientes y las mejillas hundidas.

El doctor José Manuel Restrepo, su amigo y colaborador en el Consejo de Ministros decía que tenía el cuerpo seco y descarnado”.

En 1828 el Diario de Bucaramanga expresa que Simón Bolívar era de cuerpo delgado y flaco, brazos, muslos y piernas descarnados. Sus ojos, que han perdido el brillo de la juventud, han conservado la viveza de su genio; ellos son hondos, los huesos de los carrillos son agudos y las mejillas chupadas en la parte inferior.

Asimismo, se comentaba que revestido de uniforme azul bordado en oro, llevaba botas inmensas que pasaban las rodillas llegando hasta la mitad de los muslos; aire marcial de soldado, talla media, fino, mas bien flaco, gran bigote negro que comenzaba a blanquear como sus cabellos abundantes; todo en fin le prestaba aquel aire en contraste con su débil voz que a las veces se hacía ronca; su cuerpo flaco y su cara sombría y caída, mostraban trazos de las pruebas que habían pasado.

Juan Bautista Boussingault, agrónomo francés, unido a la causa libertaria agregaba:

Pequeño hombre por debajo de la media, con cabeza grande para su talla, enérgica mirada viva, ojos morenos y cabello negro, tinte amarillento oscuro, brazos largos, siempre caídos y gran vivacidad de movimientos.

A principios de 1830 el General Joaquín Posada Gutiérrez, en sus Memorias Histórico políticas, menciona que Bolívar es un ser pálido, extenuado; sus ojos tan brillantes y expresivos en sus bellos días, ya están apagados; su voz honda, apenas perceptible, los perfiles de su rostro, todo en fin anunciaba en él, la próxima disolución de su cuerpo, y el cercano principio de su vida inmortal.

Lo expresado anteriormente nos puede dar una idea aproximada de cómo era Simón Bolívar, imagen que puede estar trocada por motivos circunstanciales del tiempo y el ambiente hasta llegar a nosotros.

¿Desde cuándo la enfermedad que lo llevaría a la tumba ya hizo presa de su organismo?

Para algunos la campaña del Perú marca la crisis de su existencia. Ahora muestra fatiga en las marchas y su voz enronquecida. Después del triunfo de Ayacucho comenzó a decaer y debilitarse en lo físico, de modo que desde entonces caminaba pocas leguas cada día y tenía que descansar con frecuencia.

A principios de ese año -1824– adquirió en Pativilca, a tres jornadas de Lima, una severa enfermedad, que para algunos fue un Paludismo, para el Dr. O Leary una fiebre cerebral, para otros una colitis febril posiblemente amebiana y para Don Joaquín Mosquera había adquirido el Tabardillo, hoy conocido como Tifus Exantemático que en su forma endémica es frecuente en los Andes. Mosquera relata que encontró al General Bolívar, sin riesgo de muerte del Tabardillo, pero tan flaco y extenuado que me causó su aspecto una acerba pena. Estaba recostado en una pobre silla de vaqueta, recostado contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco y sus pantalones que me dejaban ver sus rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil y semblante cadavérico.

Alarmado ante el aspecto de Bolívar y preocupado por la grave situación política, Mosquera le preguntó: ¿Y que piensa usted hacer ahora? TRIUNFAR le respondió.

Luego vinieron los triunfos de Junín y Ayacucho.

En todo lo referido coinciden todos los que conocieron al gran hombre en sus últimos días. Y son las características de lo que los antiguos denominaban “hábito tísico” que al médico hace evocar la tuberculosis pulmonar y por la disfonía y la voz ronca y apenas perceptible, una complicación laríngea.

¿Qué otra enfermedad, sino la tuberculosis, hubiera dado un cuadro como el descrito?

Hagamos diagnóstico diferencial, descartada la falla renal consecutiva a una intoxicación por cantáridas que se le aplicaron sobre la piel como revulsivo en forma de vejigatorios, sería la presencia de un absceso pulmonar amebiano, expulsado en una vómica. Tesis del Dr. Luis Ardila Gómez en cuyo respaldo tendríamos el hallazgo post mortem de Reverend, quien señala que el hígado, de un volumen considerable, estaba un poco escoriado en su superficie convexa y por el compromiso hepático que el mismo Bolívar se refería como ataques de bilis o su atrabilis mortal.

Don Tomás Cipriano de Mosquera, en sus Memorias sobre la vida del General Simón Bolívar, menciona que en enero de 1822 se encontraba el Libertador en la ciudad de Cali; fue atacado de una terciana y pidió al Dr., Joly un remedio activo para curarlo, y le dio una bebida arsenical que le cortó inmediatamente la fiebre; pero desde entonces comenzó a sufrir el Libertador en los órganos de la digestión, y después de la batalla de Bomboná tuvo un ataque de disentería y desde entonces su salud ya no fue completa.

Asimismo, en 1829 padeció una dolencia acompañada de un severo cuadro disenteriforme.

Cuando Mosquera habla de terciana, podría pensarse en el paludismo, pero por el tratamiento a base de arsenicales y la respuesta favorable, quizá sea más plausible pensar en una infestación amebiana, manifestada por disentería.

172 años han pasado de la muerte de Bolívar y todo inclina a aceptar la afirmación de su último médico, el Dr. Alejandro Próspero Réverend: La última enfermedad del Libertador fue una tuberculosis pulmonar. (2)

¿¿Y cuál era la opinión de Simón Bolívar, sobre los médicos??.

Bolívar, no fue dado a consultar médicos. Un prudente escepticismo hacía que se mantenga a distancia de nuestros colegas, aparte de que su vida, entregada a independizar gran parte de la América Hispánica no le concedía tiempo para pensar en su salud.

Prefería llevar consigo un manual, Tratado de Higiene, cuyos consejos seguía.

Posada Gutierrez, dice: Consultaba al médico que tenía a su servicio, se hacía examinar con desgano, oía el diagnóstico, después guardaba las prescripciones y se olvidaba del tratamiento a seguir.

Perú de Lacroix relata que en el año 1828 en Bucaramanga, el Dr. Charles Moore, le formuló un vomitivo con tártaro emético para tratarle un trastorno digestivo, prescripción que se negó seguir, habiendo comentado a su edecán días después:

“Usted ve que sin el emético del doctor me he puesto bueno y que si lo hubiera tomado quizá estuviera ahora con los humores revueltos y con una fuerte calentura”

El mismo autor señala algunos comentarios de Bolívar sobre su médico de entonces:

“Este doctor está siempre con sus remedios, sabiendo que yo no quiero drogas de botica; pero los médicos son como los Obispos: aquellos siempre dan recetas y éstos siempre echan bendiciones, aunque las personas a quienes las dan, no las quieren o se burlan de ellas. El Dr. Moore está orgulloso de ser mi médico y le parece que esta situación incrementa su ciencia; creo que efectivamente necesita de ese apoyo. Es un buen hombre y conmigo de una timidez que perjudica sus conocimientos y luces, aún cuando tuviese las de Hipócrates. La dignidad doctoral que ostenta algunas veces, es un ropaje ajeno de que se reviste y que le sienta muy mal. Está engañado si piensa que yo tengo fe en la ciencia que profesa, en la suya y en sus recetas. Se las pido a ratos para salvar su amor propio y no desairarle. En una palabra, mi médico, para mí es un mueble, un aparato de lujo y no de utilidad. Lo mismo me ocurría con el Capellán que he hecho regresar.

Poco antes de morir, escribía a Urdaneta que su salud se ha deteriorado tanto, que he llegado a creer que moriría; con este motivo tuve que llamar al médico del lugar para ver si me hacía algún remedio, aunque no tengo la menor confianza en su capacidad y voluntad; pero el pobre me ha levantado de la cama dándome una fuerza ficticia, pero dejando las cosas como estaban, porque no hay buen medicamento para quien no lo toma, pues esta es mi mayor enfermedad y lo peor es que es irremediable; porque prefiero la muerte a las medicinas. Les tengo una repugnancia que no puedo vencer.
El médico al que se refería era el Dr. Gastelbondo quien le había prescrito un elixir pectoral, así como algunas bebidas diaforéticas que unidas a la virtud alentadora de la presencia del médico, posiblemente le mejoraron su estado general. Pero, sin embargo escribe al General Montilla diciendo: Necesito con mucha urgencia de un médico y ponerme en curación formal para no salir tan pronto de este mundo.
De todos los médicos, que prestaron atención a Bolívar, su médico por antonomasia fue Alejandro Próspero Reverend, nacido en Normandía, quien se dedicó a él en forma admirable en su enfermedad postrera y fue su confidente de sus horas mortales.

Réverend anotó en su diario los datos del progreso de la enfermedad del Libertador y emitió 33 boletines informando sobre la evolución de la enfermedad de Bolívar. Fue posiblemente la persona más indicada para atender al Liberador, que había obtenido buenas referencias de él en Cartagena y a quien le fue presentado por el general Mariano Montilla.
Este médico hizo el diagnóstico de Tuberculosis pulmonar como causa del padecimiento y muerte de Bolívar. Además, en cumplimiento de su deber y sabedor del compromiso que había contraído con la Historia, realizó la necropsia e hizo la descripción de los órganos y las lesiones anatomopatológicas encontradas, con mucha pericia y certidumbre que requirieron tan noble tarea.

Entre otros médicos que prestaron asistencia a la salud del Libertador, debemos mencionar al Dr. McKnight, quién en junta médica con el médico de cabecera, al pensar en una complicación palúdica prescribió quinina, fármaco de elección para este mal.

Además, deben ser recordados otros médicos, quienes por estar cerca del Libertador en sus dilatadas campañas, tenían el deber de cuidar su salud.

Casi todos pertenecían a la Legión Británica. En la campaña de Carabobo, el Dr. Ricardo Murphi. En la de Apure, el Dr. Adolfo Burton. En el paso de los Andes el Dr. Tomas Foley.

Ricardo Cheyne, cirujano escocés, atendió al Libertador de la afección pulmonar que recrudeció como consecuencia del atentado que sufrió Bolívar y que es recordado por su amante Manuelita Saenz: Una noche de septiembre de 1828, estando yo en la casa del palacio de San Carlos, me llamó una criada mía diciéndome que una señora con suma precisión me requería en la puerta de calle; salí dejando al Libertador en cama y algo resfriado. La señora me confió que se tramaba una conspiración contra la vida de Bolívar y que los conspiradores se reunían en la casa de la moneda.
Bolívar, salvó la vida gracias a la presencia de ánimo de su amante que lo refugia bajo el puente del Carmen del río San Agustín.

Al día siguiente Don Joaquín Mosquera encuentra al Libertador con semblante pálido y melancólico, afectado de una tos seca pulmonar y le supliqué que se recogiese en su dormitorio y habiéndose prestado a ello, le di el brazo y lo acompañé hasta su lecho.

Así concluye este estudio de las relaciones que Simón Bolívar tuvo con los médicos, estudio escrito con profundo respeto que su figura humana nos merece. (6)
BIBLIOGRAFIA
1.- BLANCO – BOMBONA. Mocedades de Bolívar. Ediciones Nuevo Mundo. 1941.
2.- SERPA FLORES F. Muerte de Bolívar. Tribuna Médica 84(6): 344-350. 1991.
3.- GOMEZ CORNEJO C. Figuras Ejemplares. Editorial La Paz. 1947.
4.- SANABRIA F. Presidentes de Bolivia. Editora Proinsa. La Paz 1987.
5.- GUZMAN MORA F. Tribuna Médica. Vol. 84. 1991.
6.- SERPA FLORES F. Tribuna Médica. 84(6): 329-332. 1991.
Material tomado de Revista Instituto Medico Sucre

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